Datos personales

31 ene 2011

Benigno tiene una nueva casa.

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Lo he intentado pero no puedo dejar de escribir. Ni puedo dejar de compartir con vosotros/as lo que escribo. Por este motivo he creado un nuevo espacio por dos motivos principales. El primero para que Benigno tenga su propia casa. Bueno Benigno y ya veremos...
El segundo es dejar Espejo y agua como el lugar donde comparto las cosas que pinto con las tripas, como dice mi amiga Emebezeta. La falda de ortografía dará cobijo a esta forma de pintar y a otras más oreintadas a ilustrar historias .
Espero que os guste.


www.lafaldadeortografia.blogspot.com/

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18 ene 2011

Benigno 18 y final.

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Mientras comía, pensé con extrañeza sobre todo lo que me había ocurrido desde primera hora de la mañana. La muerte de mi hermano, la visita de la de recursos humanos y ahora el sushi.
Hoy me han pasado más cosas que en los últimos diez años.

Al terminar la comida, apareció la respuesta al porqué el señor Chang sabía mi nombre. Aylita, su hija, era quien recogía la mesa. Era asidua al restaurante en el que yo trabajaba. Almorzaba alli a menudo. Siempre sola. Siempre ocupaba la mesa del rincón, la mesa de esta mañana y aquella mujer.

Ahora que caigo, siempre miraba con fijeza en dirección a la cocina. Lo que no podía imaginarme era el hecho de que se fijase en mi. Supongo que leyó mi nombre en la placa. Supongo que de este modo le habló de mi a su padre.

Pero, ¿porqué demonios iba una adolescente a hablarle a su padre de un tipo como yo?
La verdad es que hoy, nada tenía sentido.

Bueno, sólo una cosa lo tenía. El sushi.


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17 ene 2011

Benigno17.

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Perdí la mirada a través del cristal que daba a la calle. Nunca antes había observado el restaurante en el que trabajaba desde aquella perspectiva. Parecía un sitio destinado a jugar, más que a comer. Parecía de broma, un chiste. Cuando tomas distancia las cosas se suelen ver de otra forma, es cuestión de distancia.

Mientras permanecía secuestrado por mis pensamientos, el señor Chang había puesto un mantel blanco en la mesa y un pequeño jarrón de porcelana con unas violetas sobresaliendo.
Sirvió agua en un vaso de cristal y con sumo cuidado depositó delante de mí la comida que había preparado sin que yo le pidiera nada en concreto.

- Soy el señor Chang, pero todos me llaman Manolito Chang, usted puede llamarme como guste.

- Yo soy Benigno. Dije tímidamente.

- Lo sé. Dijo con la sonrisa en la boca y en los ojos.

Sin tiempo para preguntarle cómo sabía mi nombre me explico el contenido de la comida.

- Aquí tiene Sashimi de atún rojo, de salmón y de pez mantequilla. A la derecha Nigiris de los mismos pescados y de langostino. Y para terminar Makis Californianos.

No sabía qué decir. Claro que había oído hablar del Sushi, pero jamás había imaginado que lo tendría delante sin haberlo pedido.

- ¿Sirve esta comida habitualmente a sus clientes señor Chang? Pregunté, no sin recelo.

- Usted es un cliente especial señor Benigno, sabrá apreciarlo. Dicho esto volvió a desaparecer tras la barra.

En la mesa también había depositado un pequeño cuenco de color azul plomizo con una salsa oscura y un platito blanco con una cosa verde y otra rosácea cortada en finas tiras. Había tenido la deferencia de dejar en un lateral uno de esos palillos chinos unidos por el extremo muy fáciles de usar.

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14 ene 2011

Benigno 16.

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Habitualmente comía un menú sencillo en el restaurante o traía algo de casa preparado. Pero después de la conversación de por la mañana con aquella mujer no me apetecía comer allí.
Miré por la ventana del servicio para coches y sentí una especie de impulso. Me puse la chaqueta, cruce la calle y me adentré en el exótico mundo de Manolito Chang.

Manolito Chang es el apodo con que la gente conoce al señor Chang, el propietario del restaurante chino cuyo seudónimo ha terminado por convertirse en el nombre del local.
Se trata de un lugar pequeño con apenas seis mesas y escasa parafernalia oriental que sirve buena comida a precios muy asequibles. Al menos esto es lo que comenta todo el mundo.

Total, el día ya discurría extraño. ¿Por un poco de aventura más, qué podía pasar?

El señor Chang, realmente es japonés. Su apodo le viene de su reducido tamaño y su admiración por Manolo Escobar, el cantante. Esta afición no era algo evidente, sólo en contadas ocasiones se arrancaba con alguna copla si los clientes lo arengaban con insistencia. También esto, era lo que había oído en alguna ocasión a la encargada.

El sitio estaba vacío, era un poco temprano para almorzar y flotaba una sensación de calma que precede a la tempestad. Sonaba muy levemente una melodía de no era capaz de reconocer. Me resultó curioso no oler nada, no se percibía ningún olor, ni siquiera olía a lo que huele la nada.
En ese momento aparece el señor Chang.

- Buenas tardes señor. ¿Desea comer?

- Sí, creo que sí.

- ¿Cree? Dijo el señor Chang con una sonrisa en la boca y mirando directamente a mis ojos.

- Sí, quiero comer.

Me devolvió una nueva sonrisa oriental, sincera pero oriental y desapareció sin mediar palabra. Él sabía que yo quería comer, pero no quería pensar en qué. De este modo no me preguntó y yo no le dije “esta boca es mía”.

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13 ene 2011

Benigno 15.

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Me miró con tal indignación y despreció que si yo no fuese un ser insensible me hubiese puesto a llorar. Ni siquiera miré el contrato. Ni siquiera me planteé las repercusiones de rechazar la oferta. Simplemente, bajo ningún concepto iba a aparecer en unas vallas publicitarias del tamaño de un gigante recomendando ni siquiera que los seres humanos sigan respirando.
De hecho seguía pensando que se trataba de una broma. De todos modos lo tenía claro.

- Yo no sirvo para eso.

Es lo mismo que les dije cuando me ofrecieron el puesto de encargado.

- ¡Qué no sirves para esto! Exclamo con un aspaviento.

Y no lo pudo evitar, rompió a reír de tal forma que toda la imagen de ejecutiva “Estoy encantada de conocerme a mí misma”, cayó por los suelos. Me pareció una niñata estúpida que jugaba a ser la jefa. Me pareció que la cosa iba en serio y que habían mandado a la persona equivocada. El caso es que aunque hubiesen mandado al señor Eduardo, el tendero, que es la persona en la que más confío, jamás hubiese hecho semejante cosa

Ni siquiera insistió, se levanto de la silla, cerró el ordenador de un golpe y salió del local con una risilla histriónica. Solamente se detuvo en la puerta para mirarme y decir.

- "Yo no sirvo para eso". ¡Hay que joderse¡

La encargada, con cara de perplejidad, se me acercó con gesto de ofrecerme su comprensión. Siempre y cuando, claro, yo le contase lo que había ocurrido. Probablemente pensó que algo malo pasaba.

Me encogí de hombros y me dirigí a mi sitio, la freidora.

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12 ene 2011

Benigno 14.

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Después de mirarme de arriba abajo y contener media mueca, enciende otro cigarrillo y lanza una pregunta al aire.

- Así que, ¿eres tú?

- ¿Yo? Digo intrigado.

- Si, tu. El paradigma del empleado. ¡Hay que joderse!

- No le entiendo. Contesto con gesto inexpresivo, que por otro lado es el que suelo tener.

Con bastante desagrado me intenta explicar que hace una semana acudió al local un directivo de la cadena de restaurantes y que no pudo evitar el hecho de fijarse en mí. En la imagen de seguridad y confianza que transmitía a la gente que estaba en la cola de las cajas. Que cuando una persona me observa desde la cola, trabajando en la freidora, le transmito una sensación de fiabilidad y seriedad de la marca y por lo tanto de sus productos.
No sabía que decir, me parecía algo inaudito, me parecía una broma, creía que se estaban riendo de mi.

Ella prosiguio con lo que había venido a hacer.

- Así que no se les ha ocurrido otra cosa que utilizar tu imagen para unas vallas publicitarias de gran tamaño. Dijo perdiendo la mirada de nuevo en la pantalla del portátil.

- ¿Cómo? ¿Utilizar mi imagen?

- ¿A que tú tampoco te lo crees? ¡Hay que joderse!

Ahora sí que me parecía algo surrealista. Empezó a dolerme el estómago. La humareda y la luz hacían la escena muy similar a ese programa de la televisión en el que personas anónimas atravesaban el humo para convertirse en famosas. Empezaba a tener ganas de vomitar.
Después de observarme de arriba abajo y reprimir su risa, miró hacia el exterior y medio murmuró.

- El caso es que quieren que te explique las condiciones del contrato y que lo firmes hoy mismo.

- Yo no voy a firmar nada de eso. Dije, casi de manera automática.

- ¡Vaya hombre! ¿Ahora te vas a hacer el interesante? No voy a negociar ni un céntimo contigo. Este es el contrato, esto es lo que hay. Lo tomas o lo dejas.

11 ene 2011

Benigno 13.

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Al llegar al restaurante, la encargada me hizo un gesto, como señalándome la mesa del fondo del local. La esquina tiene dos grandes cristaleras que acumulan una luz cegadora a estas horas de la mañana.
Allí al final se distinguía, al contraluz, una silueta femenina envuelta en humo de cigarrillos y absorta ante la pantalla de un ordenador portátil.
Si esta mujer podía tomarse la libertad de fumar en el local, realmente es porque tiene la capacidad de decidir, incluso el despedirme.
Al acercarme distingo sobre la mesa un paquete de Virginia Slims y un café de los que servimos, en el que ha apagado los pitillos. Es obvio que ni ella ha podido con este bebedizo.
Unos treinta y pocos años, morena con el pelo corto, bien vestida y zapatos de doscientos euros. Aunque me acerco lo suficiente permanece imbuida por la pantalla.

- Hola, soy Benigno, me dijeron que quería hablar conmigo.


- ¿Cómo dices?


- Que soy, Benigno.


- ¡Ah sí! Siéntate.


- No es necesario, estoy bien así.


- ¡Siéntate leches!


- ¡Eah!


A esta mujer era evidente que charlar conmigo esta mañana no era lo que más le apetecía del mundo. Parecía dispuesta a zanjar el tema con rapidez y dejando claro, a través de cada movimiento de su cuerpo, que la que manda es ella. ¿En qué? En todo. En todo el mundo mundial.



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10 ene 2011

Benigno 12.

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Como todas las mañanas tomé el ascensor con la esperanza de que nadie coincidiese conmigo, nadie excepto Ángela.
Ángela es mi vecina de rellano y suele salir de casa por las mañanas a la misma hora. No hay día que no haga un comentario sangrante sobre mi, pero tratándose de ella, no me importa. No podría decir que me guste, pero no me importa.

- Buenos días Ferrán Adría.

O

- Qué, ¿vamos hoy a por la estrella Michelin?

O mi favorita

- Hola fritanguilla.

No sé muy bien por qué no me importa. Mi psicóloga decía que estaba enamorado. A mí me resultaba extraño porque a Ángela le gustan las mujeres, pero la doctora decía que a los hombres nos motiva más todavía que a una mujer le gusten las mujeres. Como no la entendía muy bien, en eso y en otras cosas, decidí dejar las sesiones. Además si las personas como yo no pueden sentir, ¿cómo me voy a enamorar? Creo que esta y otras preguntas que le hacía, la incomodaban tanto que acababa dándome cita cada muchos meses.
Ángela me cae bien, sin grandes alharacas, pero me cae bien. Tiene unos treinta años y aunque la mayoría de los días viste como si fuese al gimnasio, tiene un cierto estilo, bastante personal.
Esa mañana, no me gastó ninguna broma.

- ¡Uyyy! A ti te pasa algo. ¡Menuda cara!

- No creas.

- En fin, si no me lo vas a contar. Nunca me cuentas nada. Dijo con resignación.

- Eah.

- ¿Eah? Pues vale. Pero a ti te pasa algo.

Si que pasaba algo, pero ni yo mismo me lo explicaba. Nos separamos como siempre en el portal, pero hoy no me dijo nada más, ni siquiera adiós.

5 ene 2011

Benigno 11 y aparte.

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- Le han preguntado a la chica si le gustaría que yo me ocupase de ella.
- Señor, la chica necesita un hogar dónde vivir. Dijo elevando el tono cada vez más.

Ya lo había conseguido, me había irritado.

- ¿Un hogar donde vivir? Valiente tontería. Una casa no es un hogar, Señora. Usted no me conoce, podría ser un degenerado, un indeseable. Parece que sólo quiere resolver el problema, y colocar a la chica en algún sitio.

Sin darme cuenta me había alterado bastante y no me había percatado de que ya no había nadie al otro lado del auricular. Lo malo de tener un teléfono tan “vintage”, es que no reconoce el número del que llama, ni recupera la última llamada.
Me senté en la silla que siempre estaba pegada a la mesita del teléfono y que jamás utilizaba, hasta ese día. No sabía qué hacer. Llamar a los servicios sociales de Barcelona, a información. Me encontraba completamente bloqueado y de un humor de perros, lo cual era algo totalmente desconocido para mí.
Decidí no hacer nada. Hasta el momento esto me había funcionado. Cuando no sabía qué hacer, simplemente no hacía nada.
Intenté concentrarme en las rutinas de todas las mañanas. Eso me devolvería a la normalidad. Al fin y al cabo, ¿qué podía hacer yo por esa chica?
Aquella señora, sabría qué hacer, siempre lo saben. Utilizaría su lapicero casi sin punta para rellenar alguna casilla que decidiese de forma correcta el futuro de esa chica, Julia creo que había dicho que se llamaba.
Me repetí a mi mismo este planteamiento unas cuantas veces, como un mantra, y al final me lo creí.

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4 ene 2011

Benigno 10.

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Julia



Al otro lado de la línea telefónica, la trabajadora social me impelía una contestación.
- ¡Oiga! ¿Está usted ahí? ¿Está usted ahí?
- Si, si, sólo estaba pensando. Estoy bien, sólo pensaba ¿qué tendría yo que hacer ahora?
- En realidad, su hermano lo ha dejado todo arreglado. De hecho será incinerado dentro de dos horas, respetando su última voluntad. No hay patrimonio, ni deudas. Sólo queda el tema de Julia.
- ¿Julia?
- Su sobrina.
- Pero, yo no tengo ninguna sobrina. Conteste aturdido.

Un tanto asombrada, me acabo explicando.
- Su hermano Antonio tenía una hija de 19 años. No sabemos nada de la madre, y el difunto mostró el deseo de que usted se ocupase de ella.
- ¿Yo? Contesté con asombro.

Yo apenas tenía contacto con mi hermano, ni siquiera conozco a esa chica. Es posible que no quiera ni verme.
No había hablado con mi hermano desde hacía años. No habíamos sentido la necesidad de vincularnos ni relacionarnos el uno con el otro. Realmente yo no tengo la necesidad de relacionarme con nadie.
Mi psicóloga ya lo había determinado hacía tiempo. Soy un esquizoide, que siempre estará mejor sólo que sufriendo en la relaciones con los demás.
¿Cómo iba yo a hacerme cargo de nadie?


- ¿Qué ocurriría si no me hago cargo de ella? Pregunté.
- ¿Qué habría ocurrido si su tía no se hubiese hecho cargo de usted en su momento? Respondió la asistenta social con irritación.


Imaginé a aquella mujer con un expediente delante y un lapicero con la punta roma en la mano.
Esa es una buena pregunta señora. Tal vez si le hubiesen preguntado a mi tía si quería hacerse cargo de mí, yo no hubiera tenido una infancia tan anodina. Pensé para mis adentros, pero sabía que aquella mujer tendría una respuesta para esto que acabaría irritándome más.

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3 ene 2011

Benigno 9.

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A la mañana siguiente se levantó cuando el despertador rojo dio la orden, pero ya estaba en vela desde hacía dos horas. No acababa de entender porque la tarde anterior anduvo tan inquieto.
A las ocho en punto sonó el oriental, y en ese mismo instante el teléfono. También era rojo, pasado de moda, con teclas de color crema. Benigno no lo había cambiado porque realmente no le servía para mucho. Seguía teniendo línea porque es algo establecido y siempre te piden un teléfono de contacto para alguna cosa. Tampoco tenía móvil.
Extrañado miró el arcaico aparato y lo dejó sonar. Paro y volvió a cacarear como un gallo jubilado. A la decima, decidió contestar.
- Si, dígame.
Una voz femenina y desconocida preguntó tras un leve titubeo:
- Benigno… Benigno Burguillo.
- Sí, soy yo.
- ¡Bendito sea Dios! Le llamo de los servicios sociales de Barcelona, Barcelona ciudad, Barcelona capital.
- Si, se dónde está Barcelona, dígame.
- Le llamamos porque su hermano, en fin, su hermano Antonio, los médicos han hecho lo posible. Verá su hermano Antonio falleció esta madrugada.
No supe que decir. Mi hermano Antonio era el único familiar que tenía, era mi hermano gemelo, mellizo más bien. Lo cierto es que éramos como extraños. Nuestros padres fallecieron en un accidente de tráfico cuando apenas teníamos dos años. Nos criamos por separado ya que cada una de las hermanas de nuestro padre se hizo cargo de uno de nosotros de manera individual. En mi caso permanecí bajo la tutela de mi tía Manuela hasta que cumplí diecinueve años. Antonio se fue con otra tía a Barcelona. Desde años sólo manteníamos un contacto restringido a la felicitación navideña, poco más.


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