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Al mediodía se abre la puerta de acceso al local para los empleados y el teatro de operaciones se ilumina como un estadio de futbol en el que rugen cien mil fervientes seguidores de su equipo.
Su dedicación a la freidora sería equiparable a la de un chef de alta cocina. Trata con mimo las materias primas, cuida los utensilios, alinea las bolsas de papel con las frituras. Suele jugar con las distintas temperaturas según el nivel de degradación de los aceites, incluso tiene pequeños trucos.
Es como si esperase que un cliente desde el mostrador preguntase por el encargado de las patatas fritas:
- Por favor,¿ el cocinero?
- Si, soy yo.
- Enhorabuena, no he podido resistir la necesidad de expresarle las sensaciones que sus frituras me han despertado. ¡Gracias!
Muy por el contrario, los clientes suelen "vestir" sus frituras con kétchup. No obstante, esto no desanima a Benigno, nunca lo ha hecho durante estos quince años.
Hoy se le acercó la encargada del local. Una chica de 20 años, delgada y rubia, que siempre lleva una coleta que asoma por el ajuste trasero de la gorra. Siempre trata bien a Benigno, y le sonrie.
- Benigno, mañana viene la nueva de recursos humanos.
- Bien.
- Quiere hablar contigo.
- Bueno.